miércoles, 8 de septiembre de 2021

GALLINETO: ROQUERO DEL ESTE MENDOCINO

(Reproducción.- Autor: Darío Ghisaura "Museo Sonoro y Visual de Gral. San Martín)


Cuando Sergio Darío Giménez

pasó a ser GALLINETO

 


Nací en la “Clínica Agüero” de Palmira en 1962, mi padre era de San Martín y mi vieja de Palmira. Cuando nací, al toque mi viejo consiguió laburo en Rivadavia.

En 1963 me llevaron de bebé a Los Campamentos de Rivadavia, ese fue el lugar donde me crie y pasé una infancia alucinante, donde había caballos, canales, piletas y tanques australianos.

Vivíamos en la calle Florida, frente a un callejón que estaba a veinte metros para adentro. Hace pocos días fui con mi sobrino “Pancho” para dar una vuelta por ahí y recordaba todo lo que había vivido en mi niñez.

Mi viejo era “administrador”, como se le decía antes, de una tremenda finca que tenía Bestani en Los Campamentos, era administrativo de la bodega y la finca, y mi madre era ama de casa.

En 1979 a la mitad del secundario con dieciséis años me echaron de la escuela de Comercio de Rivadavia. En realidad cuando me tenían que echar no me echaron, y cuando pasé al otro año me echó el Director Páez, que era un milico frustrado en plena época de dictadura.

Como íbamos todos los fines de semana a la casa de mi abuela, mis viejos consiguieron que fuera al Comercial de Palmira para hacer cuarto y quinto año ahí. Entonces un día me quedé a vivir con ella, y vivir con tu abuela es lo mejor que te puede pasar en la vida.

Hasta los dieciocho años era Sergio, pero una noche estábamos jugando al “pierde paga” en el metegol de un bar de Palmira que se llamaba “El Aguantadero”. Éramos dos pibes de dieciocho jugando contra dos chabones de cuarenta.

Como nosotros no teníamos plata, había que ganar o ganar, sino, íbamos a tener que poner la cara con el dueño del bar, que era malísimo y a veces te ligaba algunos coscorrones. Cuando llegamos a la última pelotita íbamos diez a diez, me tocó el turno de sacar y clavé un golazo.

Lo grité con el alma, porque se me fue todo el cagazo que tenía encima, lo grité como si hubiera jugado la final del mundo. Entonces uno de los viejos que estaba en el bar gritó “Mirá este hijo de puta… si parece un gallineto!”…

Desde que dijo eso todos me empezaron a decir Gallineto esa noche, al otro día, y así y así, hasta que en Palmira todos me decían Gallineto, y desde ahí lo cargué para todo el viaje.

Inicios con la música

Tendría nueve o diez años cuando vi un bombo en una vidriera del centro de Rivadavia y me volví loco, y lo volví tan loco a mi viejo que al final me lo compró.

Ese negocio estaba dentro de la terminal de ómnibus pero tenía una vidriera que daba a la calle, era del padre del profesor de historia Gustavo Capone.

Era un negocio muy loco, tenía instrumentos musicales, relojes, pilas, te parabas en la vidriera y te quedabas cinco horas, porque todo lo que veías era muy alucinante.

Cuando llegué a mi casa lo tocaba como un “bombisto” de folclore, saqué ese ritmo de entrada y mis viejos no se la podían creer. Con el paso del tiempo empecé a tocar otras cosas distintas, después me empecé a aburrir y lo abandoné.

Mi vieja cuando vio eso, le dijo a mi papá “éste quiere sacar canciones… otras cosas… y con esto no va a poder”… A ella misma le había pintado la idea, entonces le pedí a mi viejo que me comprara una guitarra.

Entonces cuando tenía doce años me consiguieron una guitarra y llamaron a un profe para que viniera a darme clases de folclore a la casa. Un día vino, me enseñó tres acordes, una zamba, y se fue a su casa. Después me quedé pensando… “pero yo zamba no quiero”.

Lo más loco fue que sin gustarme la zamba, aproveché esos tres acordes que me enseñó y empecé a hacer otro rasguido, le puse una letra y me hice una canción. Con sólo doce años, ésa fue mi primera composición.

Durante un tiempo seguí usando esos mismos tres acordes para hacer otras canciones, hasta que dejé la guitarra durante cuatro o cinco años.

Tiempo después, cuando ya vivía en Palmira para terminar la secundaria, me acuerdo que entrábamos a las seis de la tarde y salíamos a las diez de la noche, y un día, como a las cinco fui a la casa de una compañerita que me había invitado a tomar el té, a ella le había llamado la atención mi carpeta forrada con fotos de bandas de rock.

Su casa estaba al lado de las vías del tren, apenas llegué prendió su Wincofón y puso “El lado oscuro de la luna” de Pink Floyd, bajó la púa en el segundo tema y justo empezó a pasar el tren, que en esa época pasaba a cada rato, cuando ya estaba todo listo me dijo “escuchá como suena con el tren”… y yo me volví loco…

Pink Floyd, la mina, el tren, todo…me volaron la cabeza. Tal vez desde ahí que me gustan tanto los trenes.

En esa época ya venía escuchado algo de rock desde antes, pero descubrí que en ese pueblo tocaba la guitarra el de la esquina, el de más allá, el de la otra cuadra y así y así. Si llegabas a decir que no te gustaba Led Zeppelin te cagaban a trompadas…

En ese lugar empecé a juntarme con amigos y aprender, siempre estaba componiendo algo, los que venían a mi casa eran los “punteadores” para tocar mis canciones, porque eso era lo que me salía… componer.

Cuando estaba terminando la secundaria, tendría unos diecisiete años cuando me enamoré de una guitarra criolla que vi en una mueblería a la vuelta de la casa de mi abuela. Era una “Vidala”, de esas que eran como las mejores que había en esa época, entonces me puse a ahorrar plata para comprarla.

Un día vino una tía que yo quería mucho, mi tía Elba, no sé cómo salió la conversación, pero le conté que había entregado una plata para señar la guitarra y no me alcanzaba porque no llegaba ni a la mitad de lo que valía.

Entonces ella agarró el monedero, sacó toda la plata que me hacía falta y me la dio en la mano. Nunca me olvido que gracias a ella yo pude comprar mi primera guitarra criolla.

Dúo Vida

El primer y principal músico que me acompañó en las primeras andadas fue Jorge “Chucho” Campanella, hermano de Mario. Con él hicimos un dúo que se llamaba “Dúo Vida” y debutamos en vivo. Después ese nombre del dúo me lo robaron…

En 1981 hicimos nuestro toque debut en un concurso de rock que organizó la Escuela Don Bosco de Rodeo del Medio. En el auditorio del colegio tocaban varias bandas como “Ave Cristo” que era de Rivadavia, y que gracias a eso conocí al “Ciego” Giménez, mientras él tocaba con Ave Cristo, yo tocaba con el Chucho.

El jurado en Don Bosco estaba formado por alumnos, que después del certamen venían y nos decían “Ustedes no ganaron pero eran los mejores, pero pasa que”… Nada, lo de siempre.

En 1982 armamos un recital en el Cine Ducal de Rivadavia entre El Dúo Vida (Jorge Campanella y yo), Ave Cristo (con Osvaldo “Ciego” Giménez, el turco Juan, Mariano Arboit y Guillermo Acieff) y el Grupo “Nosotros” (con el “Tachi” y su hermano Mario Sotelo, el Negro César y Cordero Rogel).

Lo organizamos sólo entre las tres bandas y fue impresionante como se llenó de gente. Era la segunda vez que yo tocaba en vivo, cuando me subí al escenario sabés cómo me temblaban las patas?... encima cuando volví le dije a mi viejo “Mirá”… Esa vez llegué a mi casa con guita.

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NOTA.- Este escrito es parte de una ardua tarea que viene realizando el roquero Darío Ghisaura en su emprendimiento cultural denominado "Museo Sonoro y Visual de Gral. San Martín".

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